Definitivamente, no fue la primera vez que la vi, cuando empecé a interesarme en ella. Y no se debió a que fuera fea ni nada por el estilo. Simplemente no era esa belleza llamativa, convencional, que estamos acostumbrados a ver en los medios. Había que prestarle atención para notar que era una guapura. No necesitaba una gota de maquillaje, para lucir esos hermosos ojos color marrón, en cuya mirada me perdí más de una vez. Su piel suave y blanca lograba despertar en mí un deseo enorme de al menos rozarla suavemente. Esos labios delgados que escondían la sonrisa más hermosa que he visto, una nariz finita y una larga cabellera rubia completaban la imagen que aún recuerdo de esa hermosa muchacha. Pero no fue la primera vez que la vi, cuando empecé a interesarme en ella.
Por aquellos días, me acababa de unir a la estudiantina de la parroquia. Llevaba un año aprendiendo a tocar la guitarra, y fue la primera oportunidad que tuve de tocar no solo para mí. Llegué al primer ensayo, que solían tener los sábados a las seis de la tarde, y noté que había solo seis personas además de mí. Jorge, que era el director de la estudiantina, me dio la bienvenida y me presentó con el resto de los integrantes. Me dijo que faltaban unas personas más, que habían faltado al ensayo de ese día por que estudiaban en la misma prepa y tenían un evento esa tarde. Luego me pidió que les mostrara un poco como tocaba la guitarra, con la intención de saber si me iba a tener que enseñar a tocar también, o solo necesitaría aprender las canciones. No lo hice tan mal, y así me integré a la estudiantina de la parroquia. Yo ya había escuchado antes los cantos que solían interpretar en las celebraciones dominicales, así que no tuve muchos problemas para agarrarle la onda al asunto. Terminó el ensayo y Jorge nos citó al día siguiente media hora antes de la misa, con la finalidad de afinar los últimos detalles y hacer algo de “calistenia vocal”, como él lo llamaba.
Al día siguiente, llegué al templo con mi guitarra faltando aún cinco minutos para la hora convenida y me senté en una de las bancas del atrio. Estaba ansioso ya que iba a ser mi primera experiencia musical con público. El sacristán salió a tocar la primera llamada, y cuando la campana dejó de sonar, vi que llegó una muchacha cargando una guitarra. Esa fue la primera vez que la vi. Llevaba su cabello amarrado en una cola de caballo y usaba lentes. Se acercó a mí y me dijo
– Tú debes ser el chavo nuevo… Jorge nos dijo que ayer ibas a asistir a tu primer ensayo, pero yo no pude ir. Soy Margarita… pero puedes decirme Maggy
– Hola, soy Carlos, mucho gusto…
– ¿Ya te aprendiste las canciones?
– En eso ando… espero no hacerlo tan mal hoy.
En eso llegaron Jorge y otros seis jóvenes, integrantes también de la estudiantina, y empezamos a ensayar.
Al terminar la misa Maggy se me acercó y me dijo:
– ¡Hey! no lo haces tan mal. De hecho tocas bien… Nos vemos el sábado.
Pero no fue entonces cuando me empecé a interesar en ella.
Me gustó bastante el ambiente que había durante los ensayos. Éramos puros jóvenes en el último año de prepa, y algunos en el primero o segundo de la universidad. Jorge era solo un poco mayor, así que todos estábamos en la misma sintonía. Maggy y yo tuvimos algo especial desde el principio. Ella era la única chica que tocaba la guitarra y solíamos quedarnos después de los ensayos a tocar algo de música no religiosa. Compartíamos un gusto musical diferente al del resto de los compañeros de la estudiantina, por lo cual solían dejarnos solos cuando empezábamos con “nuestras canciones”. Ambos disfrutábamos de la música pop de aquellos días, pero teníamos una extraña pasión por la música autóctona, andina, mexicana y regional. Nos juntábamos entre semana a escuchar cassettes de Los Kjarkas, Los Calchakis, Los Folkloristas, Sanampay, etc. y, juntos, lográbamos sacar los acordes de nuestras canciones favoritas.
Ya me había dado cuenta lo bonita que era, aquella ocasión que me invitó a que la acompañara a una disco de su prepa. Ese día, no se hizo su acostumbrada cola de caballo y se soltó el cabello. También dejó sus lentes, según dijo, por que era más cómodo bailar sin ellos, y por primera vez contemplé sus ojos. Ella nunca se sintió cómoda con maquillaje, así que solo se rizó las pestañas y se pinto los labios. Ya en ese entonces nos habíamos hecho buenos amigos, así que sin pensarlo le dije: -¡Orale! ¡Que guapa te ves!
Fue algunas semanas después, durante una de esas tertulias muy nuestras, mientras ella me explicaba como le gustaba la armonía de voces y las metáforas de la Vídala de la copla interpretada por el grupo Sanampay, que empecé a interesarme en ella. Noté algo en su mirada que no había notado antes, y que no supe definir que era. ¡Y su sonrisa! ¡Ese tipo de sonrisa que sabes que te puede desarmar instantáneamente! De pronto dejé de escuchar lo que decía y me concentré en su expresión, el movimiento de sus manos, de sus labios… y sus ojos mirándome fijamente…
-¿Qué? – me dijo
– Nada… es que… ehm… este… no, nada, me quedé pensando en lo que dices…
Después de ese día, no creo haber sido capaz de disimular lo que sentía. El recuerdo de sus ojos mirándome mientras sonreía pícaramente, me hacía estremecer. En poco tiempo se había convertido en mi mejor amiga, y ahora estaba enamorado de ella. Pero no sabía si ella sentía lo mismo por mí y eso me causaba una tortura inmensa. Si ella no sentía lo mismo por mí, podía perder lo que teníamos, y eso era algo que me llenaba de pánico y por eso no me animaba a decirle nada.
Debido a mi miedo nuestra amistad se había tornado un poco distante. Nuestras tertulias eran cada vez menos frecuentes, y en los ensayos de la estudiantina, solía agachar la vista apenadamente cuando ella descubría que yo la estaba mirando. Ella simplemente sonreía, pero llegó el momento en que necesitó una explicación de lo que sucedía.
– Andas extraño… – me dijo.
– A mi se me hace que te gusta Maggy… – dijo Hilda, una chica que estaba en la misma escuela que Maggy y que hacía poco tiempo que se había unido a la estudiantina.
– ¡No! ¿Cómo crees? – dije impulsivamente, como aquel niño que es sorprendido haciendo una avería, y quiere negarlo para evitar el castigo. Sentí ese extraño hormigueo en las orejas que solía experimentar cuando me avergonzaba en demasía.
– Somos buenos amigos, nada más…
Noté la decepción en el rostro de Maggy, y la incredulidad en el de Hilda.
– Si, ajá… dijo Hilda y se dieron la vuelta.
En ese momento creí perder todo. Me derrumbé y no atiné a seguirla cuando emprendió camino a su casa. Y me sentí desesperado. Pero después reaccione. Esa mirada de decepción, solo podía significar una cosa…
Al día siguiente, fui a su casa. Le entregué una margarita que corté del jardín de doña Estelita y le dije lo que sentía por ella. Me moría de los nervios y al parecer ella también. Me dijo que le daba miedo – ¿Y si no funciona? ¡No quiero perder tu amistad! Le dije que a mi me daba miedo eso también, pero que ya no había nada que perder, y mucho por ganar. Hablamos un buen rato. Al final me dijo que lo iba a pensar. Llegué a mi casa frustrado y con ideas pesimistas. –Ya la perdí- me dije.
Pasó el resto de la semana y llegó otra vez el sábado del ensayo. Un ensayo bastante raro. Normalmente, durante los tiempos muertos, nos acercábamos y platicábamos acerca de nuestro interés musical común, o le hacíamos bromas a los demás compañeros. Pero ese día, apenas nos saludamos. Cuando terminó el ensayo ya no pude resistir y me acerqué a ella.
– ¿Podemos hablar?
– Si, de hecho te quiero decir algo
Y me dio la mejor de las noticias de mi juventud. Me dijo que tenía mucho miedo de perder mi amistad, pero que alguien le había dicho que la mejor decisión que una mujer puede tomar, es casarse con su mejor amigo. – ¡No es que ya me quiera casar! – aclaró – pero creo de todos modos, ya nunca será igual. Y si no va a ser como antes, mejor intentar que sea mejor… Y lo fue.
Duramos poco tiempo. Terminamos la prepa y al estar en universidades diferentes, en ciudades diferentes, fue difícil continuar la relación, sobre todo por que fue en una época anterior al correo electrónico y los teléfonos celulares. Decidimos seguir cada quien por su lado y nos deseamos la mejor de las suertes. Nunca la volví a ver hasta ahora que, con la boga de las redes sociales en Internet, me encontré con su perfil y pude chatear con ella un ratito, diez años después. Acordamos salir a tomar un café y recordar viejos tiempos. Y después… quien sabe…